La ardilla equilibrista
que corre de poste a poste
por la línea telefónica
desafiando la gravedad.
Las palomas burócratas
que bajan desde
el viejo ático del ayuntamiento
a merendar las moronas de pan
esparcidas en los adoquines
por los escolares.
La mariposa actriz
que despliega el compás
de su vestido para dejarse admirar
mientras posa en la pasarela de las flores
del pequeño jardín que rodea la fuente;
y en ese manantial artificial,
peces technicolor y tortugas surfistas
lo surcan de lado a lado con cierta presunción.
La salamandra alpinista
que escala por el muro
de la gran catedral
para proclamarla como suya.
El contingente de hormigas
que desfila en línea
su marcha en sincronía
sin molestar a nadie
a la orilla de las bancas
hasta su guarida subterránea.
Las aves cantautoras
que improvisan sus melodías al vuelo.
La araña arquitecta
que ha construido
entre los herrajes de la farola
un reconfortante andén de bienvenida
para recibir a sus invitados a comer.
Las abejas turistas
que visitan los puestos de los tianguistas
probando las manzanas de caramelo
los dulces de leche y algodones de azúcar
las bolsitas de chicharrones y platanitos
los helados y aguas multisabores
sin decidirse qué comprar.
Las moscas ambientalistas
que se manifiestan entre la basura
para reciclar lo orgánico de lo inorgánico.
El perro artista callejero
de grandes ojos tiernos
que viene desde lejos
a echarse quieto
a unos pasos del café.
Los árboles, gigantes rascacielos
con cientos de lujosos departamentos
dueños de su propio reino y sombra
fanáticos empedernidos
de las alturas y los baños de sol.
Y la vegetación ilusionista
que hace espectaculares actos de aparición
con sus plantas, flores y arbustos
por todos lados.
La belleza del mundo está ahí
esperando ser apreciada.