Escribir acerca de esa mujer
es gritar en un papel
la terrible impotencia
de sentarme a su lado
sonreírle, invitarle un trago,
rodearla tímidamente
con el escuálido tentáculo
que es mi brazo,
perderme en la poesía
recitada en prosa
de sus encendidos labios,
aproximarme lo suficiente
para sufrir plácidamente
las quemaduras de tercer grado
provocadas al roce discreto de su tacto,
y abandonarme para vivir
internado en sus ojos mundanos;
antes de golpearme
con el iceberg adelante
que me tenía preparado,
de que el crédito
en el crucero trasatlántico
a su compañía
por noche y a hora extra el día,
se cubría en efectivo
sin descuentos
ni facilidades de pago,
y para mi mala suerte
yo sin un centavo.