Ahí frente a su computadora
a una hora de que termine la jornada de trabajo,
pretende concentrarse, y respira hondo,
truena sus dedos, y relaja los hombros;
recargándose hacia atrás en su silla ergonómica,
dirige su cabeza para arriba
se extravía entre una lámpara led blanca
y una marca de humedad en la esquina de su oficina.
Del segundo cajón de su escritorio
desentierra la última golosina
que había quedado rezagada
debajo de la miscelánea entera
que ahí habita.
Suspira.
Pero ya le falta poco, así que veloz
tabula, copia, pega, formula y escribe
apareciendo el documento en el monitor
a la velocidad de un dictado taquigrafiado,
cada dedo de ambas manos
rebota de tecla en tecla
sabiéndose de memoria a que letra corresponden.
Por fin termina el último documento
guarda el archivo, envía el correo e imprime.
Ordena meticulosamente su escritorio
y guarda una torre de folders beige
en el archivero de hojalata atrás de él.
Ve su reloj, y se da cuenta
que va un minuto retrasado para verla
y aunque pareciera nada
él ya se muera de ganas por verla.
Se pone el suéter, se cuelga el portafolio
y coge su tupper vacío.
Se dirige a la puerta y antes de apagar la oficina
recuerda apagar la computadora
así que regresa corriendo pegándose por descuido
con el filo de una silla en su rodilla.
Y mientras él se dirige veloz a su departamento,
ya su cuerpo la imagina a ella
preparando que importa qué
para así de espaldas
rodear su cintura con sus brazos
liberarla de la opresión de su mandil
y desnudarla romántica y ferozmente
con las manos, boca o pies
para hacerle el amor
desde la recamara
hasta el amanecer.
Su computadora lo despide
de lejos con un anuncio en pantalla
que dice que Windows se está cerrando.